He aquí dos enemigos mortales del maestro D. Fernando Lázaro, incansable fustigador de los pecados lingüísticos. Según su doctrina, que era por entonces (1995) la de la Real Academia Española, decir que un gobierno “hace aguas” no significa que es endeble o presenta síntomas de fracaso, como seguramente se pretende, sino que está satisfaciendo una necesidad fisiológica. En cuanto a “pírrico”, solo se podía aplicar, decía D. Fernando, allá por 1982, a las victorias, en concreto a aquellas que, como la de Pirro, rey de Epiro, contra los romanos, se consiguen, sí, pero se pierde en ellas más que se gana, lo que sucede cuando, por ejemplo, un equipo gana un partido pero acaba con dos jugadores expulsados y otro lesionado de gravedad.
Han pasado 40 años y se han modificado no exactamente los usos lingüísticos sino el criterio académico. La Academia, a tono con los tiempos, ha decidido dejar de ser juez para convertirse más bien en notario y, por tanto, testifica lo que ve u oye. Y lo que ve u oye es que hacer aguas aparece con tanta frecuencia en los textos y discursos con el significado de ‘mostrar debilidad’ que ha acabado admitiéndolo, aunque no lo recomiende; como admite, por el mismo motivo, que pírrico se aplique también a lo pequeño o insuficiente si lo es con relación al esfuerzo invertido: un sueldo menguado tras un mes interminable de duro trabajo, por ejemplo.
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